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El comienzo



Al principio solo estaba Khehthar, y todo era nada, solo estaba él y a la vez era ninguno. No existían el tiempo o los elementos, ni tampoco existían los caminos, pero Khehthar deambulaba por el vacío, deseando ser. Tan firme era su deseo que este tomó consciencia propia, percibiéndolo.

Y así fue, como al ser conocido, Khehthar existió, y con él, el tiempo.
Al ser contemplado tomó forma, y el universo se hizó alrededor de él.
Al ser primero logró la palabra, y su voz el poder de la creación.

Khehthar era uno con su deseo, por lo que decidió nombrarlo, y tan puro y bello era su deseo que de este surgió Quekmis, la más hermosa y radiante. Khehthar y Quekmis se cortejaban y durante varios eones cantaron y bailaron, coexistiendo en armonía.

No obstante, de la eternidad se alzó la monotonía y de ella brotó el aburrimiento, que los embargaba. Quekmis imploraba a Khehthar la creación de otros seres como ellos, pero Khehthar se lo negaba una y otra vez. Siendo así, Quekmis urgió su plan, y mientras Khehthar dormía le despojó de su voz, introduciendo esta en su propio vientre para que no escapase. Con el poder de la creación en su interior Quekmis abandonó a su compañero, escondiéndose en el infinito.

Al despertarse Khehthar gritó de dolor, pero no emitió sonido alguno. Le habían arrebatado su voz y al no encontrar a Quekmis comprendió el crimen que había sido perpetrado. Furioso, Khehthar partió en busca de su voz, recorriendo el todo y tal era su cólera que el universo se estremeció, revelando el lugar donde se ocultaba Quekmis. Al encontrarla, Khehthar rajó su vientre recuperando la voz, y como castigo dividió el universo en dos creando el firmamento y la tierra. Bajo enormes masas de piedra y fuego sepultó a Quekmis creando la corteza terrestre, y no satisfecho con ello hizo los océanos que cubrirían y ahogarían a su vez la tierra.

Quekmis estaba aprisionada, pero percibió que el contacto de su vientre con la voz de la creación no fue en vano, ya que algo en su interior crecía y crecía, estaba encinta. Bajo su cárcel de piedra, agua y fuego Quekmis gestó a sus hijos y fue tal el vigor con el que dió a luz que la corteza terrestre y los océanos se resquebrajaron a su paso, creando a Eigneia, la tierra sobre el mar, y con ella a toda la vida.